23 diciembre, 2009 Testimoniales5

Hace un mes murió, el Dr. Morales Méndez.
Don Salvador como le llamaban los pacientes. Salva como le llamaban los amigos.

Era un hombre EXCEPCIONAL, de los que nacen uno de tarde en tarde. Y digo “un hombre excepcional” porque eso era lo que él más valoraba: la calidad humana de las personas.

Yo he tenido la suerte de tenerlo como profesor, maestro, compañero y amigo. Algunas de las anécdotas que voy a narrar justifican lo anterior.

Era un profesor, siempre preocupado, hasta el último día, por las clases; por como enseñar a sus alumnos, aquello que debían saber; pero sobretodo que conocieran las diversas opiniones sobre un mismo problema o enfermedad. Era un ejemplo de lo que debe ser la Universidad: un mundo abierto a la diversidad y la discrepancia, a los conocimientos de vanguardia y a los pilares básicos y clásicos de la medicina. Era un clínico y un investigador, era un científico y un cirujano, era un modelo para los alumnos y profesores. Era un maestro, en el amplio sentido de la palabra, el que te enseña conocimientos pero te muestra comportamientos y actitud de vida.

Recuerdo una ocasión en que siendo yo un joven residente en la Ciudad Sanitaria Virgen del Rocío de Sevilla; el típico residente que leía y estudiaba todo lo que caía en sus manos, que siempre estaba obsesionado por los últimos avances en cirugía, me dijo:
“Carlos, el que solo sabe medicina, ni medicina sabe” tuve la suerte, en el último curso que organizó, de recordarle a mi maestro que no había olvidado su consejo, al entregarle la novela histórica que yo había escrito “El Misterio del Carmen”, al abrazarme me transmitió su felicidad y satisfacción.

En otra ocasión me encontraba operando una apendicitis, asistido por otra residente “la Dra. Mª luisa Cuaresma”, la mesa de quirófano estaba muy baja y yo estaba encorvado sobre el paciente haciendo la intervención.

El llegó sin decir nada, se puso detrás de mí, y colocando su rodilla con delicadeza en mi espalda dijo “Un cirujano no debe perder nunca la compostura, señorita súbale la mesa de operaciones al Dr. Ballesta” con lo que me obligaba a ponerme recto y operar erguido.

Esos mensajes los he transmitido tantas veces a mis discípulos, que donde se encuentre (junto a Dios, pues era un buen creyente) estará satisfecho, pues su siembra no cayó en terreno baldío. Y otros seguirán sembrando sus enseñanzas.

Como compañero en cirugía, era un modelo, procurando y anteponiendo a sus derechos, incluso a su salud, el confort y comodidad de sus compañeros. Esto lo demostraba cada día en los congresos, en los cursos que organizaba y en el quirófano, donde siempre te ofrecía operar el enfermo más fácil para que tu quedases bien; “comiéndose él los marrones” como dirían hoy los cirujanos jóvenes. Nunca dejaba mal a un compañero y si su opinión era contraria a lo, que se analizaba, lo exponía con delicadeza, incluso dejando el beneficio de la duda sobre lo que él exponía, para no molestar al compañero.
Como amigo era excepcional, siempre dispuesto a escucharte y a comprenderte anteponiéndote a sus problemas, a sus necesidades, minimizando sus dolores y sus penas que en los últimos años “preparándolo Dios para sentarlo a su lado” no los privó de ellos.

La muerte de su esposa, su segundo matrimonio y las enfermedades por las que pasó ella, el agravamiento y recaídas de su enfermedad son algunos ejemplos.

Tu comprensión hacía mis problemas personales, cuando los importantes eran los que tu pasabas; me hacen darte las gracias por haberme elegido como amigo: Porque como bien me decías “Carlos la familia te toca, los amigos los escoges”.

Allá donde estés Salva “gracias” y deseo alguna vez estar contigo.